Una chiapaneca con la mochila llena de sueños

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Junto con una humilde mochila llena de curiosidad y sueños, emprendí el viaje a los 16 años. Me fui de Tuxtla Gutiérrez, de Chiapas y de mi hermoso país. Los sueños académicos, la curiosidad, el reto y las ganas de poner en alto el nombre de Chiapas me motivaron a ir a estudiar la maestría y el doctorado a Canadá. Fue, sin duda, una experiencia gratificante, no solo a nivel profesional sino también a nivel personal. Dicha experiencia me colocó en situaciones que me permitieron salir de mi zona de confort: hablar otro idioma, tratar de adaptarme a otra sociedad con reglas y tradiciones diferentes a las mías; reglas que muchas veces no entendí, pero que tenía que acatar.

Gracias a todo ello, a las dificultades y a las satisfacciones que con lleva ser migrante, me siento un ser humano fuerte por todo lo que he podido experimentar en tierras lejanas donde la cultura, la lengua y la gente son diferentes a lo que conocía. Como bien lo menciona Zhou (2002): “entender una cultura es como leer un libro. La gente puede experimentar mucha diversión al leerlo, pero no es fácil. Después de la emoción de haber leído las primeras páginas o algunas líneas, el lector puede sentirse frustrado si no comprende” (p. 4). Es cierto que estar en el extranjero ha sido un reto por las dificultades que a veces se experimentan, pero las satisfacciones han sido más grandes. Como bien expresa el dicho: “A grandes logros, grandes sacrificios”, y uno de ellos ha sido estar lejos de Chiapas y de su gente amigable.

A los grandes amigos y estudiantes con los que he tenido la oportunidad de coincidir en diferentes países, les he hablado del lugar mágico de donde vengo. Por ejemplo, les he contado que existe una bebida hecha de cacao y maíz que invita a quedarse en Chiapas después de haberla probado. Sí, el famoso pozol. También, les he comentado de esas tortillas hechas a mano que hacen allá en las comunidades indígenas de los Altos. Son tortillas hechas por mujeres que realizan diversos trabajos con el fin de contribuir al gasto de la casa y de la familia. Extraño ver  a esas mujeres tsotsiles y a sus niños en las calles de San Cristóbal regalándome una sonrisa amable, a pesar de la fatiga. Admiro ese espíritu de lucha de la mujer indígena y de la mujer chiapaneca ¡Vaya que extraño Chiapas!

Es esa alegría, la forma de hablar, el entusiasmo, la sencillez y la calidez de muchos chiapanecos (y de mis paisanos mexicanos) lo que más echo de menos. Recuerdo con añoranza esa sonrisa de los niños y de los abuelitos que te saludan en la calle. Sonrisa que, como menciona Sálesman (2008), “nos hace más humanos”.

Extraño tomarme un cafecito en los andadores de la Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas), ciudad donde se puede ver claramente un poco de nuestra historia a través de sus casas coloniales y de la belleza de los pueblos indígenas. Gozar de la libertad que se siente cuando se está en la cima de alguna de las creaciones mayas de Palenque es también maravilloso. No hay nada como poder disfrutar de esa tranquilidad que se trasmite en el aire que recorre los caminos de los Lagos de Montebello ¡Y vaya que tienen fuerza las aguas de las Cascadas de Chiflón y las de Agua Azul!   

También extraño la grandeza de las impresionantes grutas de Rancho Nuevo o sentir en mis ojos el reflejo misterioso de las velitas de la iglesia de San Juan Chamula. Hay tanto que extraño al estar lejos y es eso mismo lo que me motiva a seguir adelante. Esa realidad chiapaneca que tanto me gusta y a la que tanto anhelo regresar. Y es que estas humildes líneas no son un comercial que buscan popularizar al Estado de Chiapas. Estas líneas simplemente reflejan el sentir de una chiapaneca que busca compartir un poco de lo que ha extrañado al estar fuera de casa. Dentro de ellas, también la barbacoa con cilantro y limón.

Probablemente otros paisanos, no solo aquéllos que están en el extranjero sino también que dentro de México se han tenido que mover a otro Estado, se identifican con alguna de mis líneas. Indiscutiblemente, ser migrante ha sido una experiencia que me ha permitido aprender de otras culturas y de otras realidades, pero al mismo tiempo me ha dado la oportunidad de aprender de mí misma, de mi país y de mi gente. Siento que ser migrante también me ha permitido compartir un poco de la riqueza cultural mexicana con gente de otros países y también me ha ayudado a aprender de esa multiculturalidad que existe en países como Canadá. Ser migrante me permite también recordar aquellas palabras del poeta Enoch Cancino Casahonda, quien de mi tierra expresó que: “Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento. Es célula infinita que sufre, llora y sangra”. Eso y más es, para mí, Chiapas.