Re-conocer y reconocer la migración

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Tuve la oportunidad de que la casa del migrante Abba de Celaya me abriera las puertas para trabajar con migrantes, principalmente mexicanos y centroamericanos que iban de paso rumbo a Estados Unidos. Durante este tiempo (algunos años), escuché muchas historias de todo tipo, tan particulares y únicas como cada persona, pero también tan similares en mucho.

Esta experiencia me permitió comprender la migración y re-conocerla desde una mirada cercana y a la vez ajena porque no eran mis historias y cuando no son tus historias comprender es un reto mayor. Esta experiencia también me permitió reflexionar y aceptar mi ignorancia sobre lo que para muchos migrantes era más que obvio y natural porque lo vivían día con día y lo habían normalizado.

Mi escucha a sus historias fue desde una postura de ignorancia absoluta porque uno conoce lo que lee, pero muchas veces lo que se lee se queda muy corto de la realidad. ¡Caray! más dirigentes con la capacidad de tomar decisiones importantes y de movilizar acciones contundentes deberían leer menos y escuchar más las historias de viva voz de quien las vive. Hay tantos prejuicios alrededor de la migración y tantas ideas erronas del migrante fabricadas con muchos fines, pero no es objeto de este escrito tocarlas. 

Después de ir escuchando creció mi admiración, mi sensibilidad y mi respeto. Recuerdo cómo me sorprendieron varias cosas, por ejemplo, la mayoría de los que salían de casa sabían que su camino era riesgoso y entendían perfectamente cuánto y en qué medida lo era. Sabían que sería difícil, doloroso y aun así decidían partir. Algunas mujeres incluso se preparaban tomando anticonceptivos porque sabían que serían violadas. Escuchar esto para mí fue intenso y luego venía la reflexión ¿Cómo estaban viviendo en sus lugares de origen para que, aun sabiendo que era muy probable que les pasara esto, decidieran salir?, ¿Cuántas carencias estaban viviendo?, ¿Cuánta violencia?, ¿Cuántos riesgos?, ¿Cuánto dolor? Al parecer todo era mejor que quedarse en casa. ¿Qué tan mal puede estar su situación que parten incluso sabiendo que pueden no volver, que el camino es cruel y qué habrá dolor?

También comprendí cuánta esperanza había porque también escuché historias de mucha ilusión, historias donde antes de partir se habían minimizado los riesgos, pero eran por mucho, las menos. La mayoría conocía de la realidad sobre lo que enfrentarían en su camino, ya lo sabían porque lo escucharon de sus propios familiares que partieron antes que ellos.

Como madre me costó entender (pero también por ser madre pude hacerlo) cómo algunas madres llevaban a sus hijos pequeños o bebés a cuestas. Muchos de estos niños llegaban al albergue con fiebre por estar sometidos en el camino a la intemperie, a climas extremos, a cambios de temperatura. Algunos padres me contaban cómo subían a sus bebés a “la bestia”. También me sorprendió la actitud de los niños ¡es maravillosa!  Muchos veían el camino como aventura y en el albergue jugaban, se reían, se veían felices, tranquilos, al menos los que me tocó conocer.

Todas las historias implicaban emociones compartidas, emociones como el miedo, la impotencia, la frustración, la ira, la tristeza, el enojo, la culpa, el dolor; todo esto sostenido por la esperanza y el amor, muchas veces por un amor tan grande a su familia. Porque todos al partir buscaban una vida mejor, muchas veces ni siquiera para ellos mismos, sino para su propia familia: sus padres, hermanos, hijos … algunos iban por segunda o tercera vez, sabían que tendrían que trabajar de sol a sol, que tendrían que enfrentarse a un espacio que no les pertenecía, que constantemente les gritaba y les recordaba que no eran de ahí, que no era su hogar. En su propio camino, en su paso por México, encontraban violencia y rechazo; vale la pena decir que también encontraban personas buenas.

Migrar para muchos implicó violencia, discriminación, rechazos, abusos, despojos, incertidumbre, frustración, crisis, añoranza, duelos… y duelos muchas veces interminables. Desde que salen por la puerta comienzan a vivir duelo por las pérdidas, quizá desde antes, desde que se planea ya se está sufriendo por lo perdido, muchos dejan familias enteras, sabores, colores, olores, tradiciones, fiestas, amores.

Los humanos somos seres en movimiento, migrar es comenzar de nuevo, adaptarte a un mundo desconocido y diferente. Las personas migran básicamente buscando mejores condiciones de vida ¿qué hay de malo en eso? ¿por qué se persigue al migrante?, ¿por qué se le acusa de lo malo que ocurre? Creo que es más fácil culpar al extraño, al ajeno, que reconocer los propios males.

Necesitamos resignificar la migración, nuestra historia y la de nuestros antepasados migrantes. Alrededor de todos ellos hay historias de valor, de supervivencia, de perseverancia, de resistencia, de dolor, de sacrificio, de esperanza, de amor. Solo quiero reconocer su enorme valentía, su capacidad de adaptación, de resistencia y de perseverancia.