Desafíos educativos que enfrenta la población infantil migrante en Estados Unidos

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Hay experiencias que impactan al ser humano y que definen su existencia. En mi caso, tres situaciones que han tenido gran impacto en la persona que soy hasta el día de hoy, son: La decisión de vivir en otro país, un gran ímpetu de superación, y un profundo compromiso por la educación. Al migrar de México hacia los Estados Unidos, nunca imaginé la vorágine de retos y dificultades que iba a vivir día a día en mi nuevo país de residencia. No tenía ni idea de la complejidad que implicaba vivir en una nación con una cultura nada parecida a la mía. Me convertí en una persona diferente. Entendí que al migrar a los Estados Unidos en mi vida siempre habría un antes y un después, ya nunca vuelvería a ser la misma persona.

Mi nombre es Blanca Ochoa. Soy profesora de educación primaria. Graduada de la Universidad National Louis. Tengo una Maestría en Instrucción, y currículo. También cuento con una Especialización en educación bilingüe y de inglés como segundo idioma. Trabajo como maestra de recursos bilingües en una escuela pública en Illinois. Todos mis alumnos son migrantes o hijos de migrantes.

Migré de México hacia los Estados Unidos hace 35 años. Sin saber inglés y sin entender siquiera la complejidad del sistema educativo, pero viniendo de una familia donde la mayoría se dedica a la docencia, sabía que lo traía en la sangre; deseaba con toda mi alma ser maestra. Pronto me daría cuenta de la pasión que siento por la educación bilingüe. Mi gran amor a la lectura me llevó a ser voluntaria para leerles en español a los niños del salón bilingüe de preescolar al que asistía mi hijo. Su maestra, y el hecho de querer ayudar a esos niños de padres migrantes a aprender a leer, fueron clave en mi decision de continuar mis estudios.

Estudiar en inglés en los Estados Unidos, fué un proceso lento y doloroso para mí. El camino no fué nada fácil, siendo madre de familia, sin estar en mi país, sin dominar el idioma, y teniendo que trabajar y estudiar al mismo tiempo, tuve que vivir muchos momentos en los que pensé en desistir. No recuerdo cuántas veces regresé llorando de la escuela pensando en la posibilidad de darme de baja. Tampoco recuerdo cuántas noches no dormí por estar estudiando. Solía hacer mis trabajos escolares, apagar la computadora al amanecer, tomar un baño e irme al trabajo sin siquiera haber tocado la cama.

No sé si fué mi persistencia, mi orgullo, o mi gran vocación, pero finalmente, después de muchos sacrificios, logré graduarme. Hoy, orgullosamente, soy una mexicana migrante que ha logrado realizar el sueño de representar a su país dignamente, y de poderle brindar una mano a migrantes que viven esa misma realidad. Después de trabajar en mi distrito escolar por 23 años en diferentes posiciones y de haber visto la dinámica que vive nuestra población escolar en un hogar de migrantes, aprendí de primera mano los retos a los que se enfrentan día a día.

También comprendí que era mi responsabilidad, devolver algo de lo que la vida me había dado. Debía sembrar el amor a la educación en todos aquellos que dejaron su país porque creyeron que no había otra opción. Aquellos que veían casi imposible, graduarse, o ver a sus hijos graduarse algún día en Estados Unidos.

La mayoría de mis estudiantes son niños de bajos recursos. Muchas veces, ambos padres trabajan, y llegan a tener hasta dos empleos. Los niños pasan gran parte del tiempo con familiares, o personas que se dedican al cuidado infantil. Solamente algunas veces, uno o ambos padres hablan inglés, pero generalmente, el idioma que se habla en casa, es el español.  Muchos de los niños migrantes empiezan a tener cierta exposición al “inglés social” con los hermanitos mayores, a través de la television, o en lugares públicos. Su incursion al “inglés académico” sucede hasta que ingresan a la escuela.

Es muy común escuchar a los niños comunicarse en “Spanglish.” Los pasillos de la escuela se llenan de conversaciones como: “Hoy me trajo mi mamá a la escuela. Veniamos running really fast porque ya estabamos late” “Yesterday, mi papá se llevó la troca a su trabajo” “Se me olvidó mi lonchera en la clase” “Mi teacher es Mrs. Rodríguez, ella es bien nice. Mi teacher de second grade, era bien mean.” “Me gusta salir a recess a correr con my friends” “Me gusta ver el Chavo del ocho y otras cartoons.”…

No sé si me cansé de corregir a mis alumnos o terminé entendiendo que aunque no me gustara, el “Spanglish” ya era una realidad, pero acabé por verlo muy normal. Tuve que tomar muchas clases en la universidad, y llenarme de paciencia, para entender, respetar, y aceptar, que nuestra comunidad migrante era diferente a lo que yo estaba acostumbrada en mi país. Hay solamente dos canales de television regular en español donde muchos de los programas no son aptos para niños. De hecho muchas veces sus conversaciones incluyen frases de las telenovelas del momento. Los niños muchas veces tienen a sus abuelitos, tíos, primos y demás familia en sus lugares de origen, así que no están expuestos al idioma español, y solamente lo practican con la persona que los cuida mientras los padres trabajan.

La comunidad migrante vive sus propios retos y su propia realidad. Generalmente se sienten desplazados de sus países de origen, y no se sienten completamente aceptados en su nuevo país de residencia. Viven un día a día con una falta de identidad tremenda. Finalmente, deciden crear su propia cultura, creando una fusión de ambas.

Si me pidieran que describiera a la población escolar de mi distrito, yo la definiría así: Son migrantes o hijos de migrantes. Sus padres, muchas veces, ni siquiera tuvieron la oportunidad de terminar la primaria o la secundaria. En ocasiones no dominan un segundo idioma, y se intimidad por el sistema educativo de éste país. Muchas veces no participan en eventos de la escuela ni tienen ningún tipo de comunicación con los maestros de sus hijos por la barrera del idioma y de la cultura.

Cuando la relación padre-maestro se ve fragmentada, se forma un abismo que afecta enormemente a los niños migrantes. Ésta situación causa una desventaja en la formación académica de los niños, enviándoles el mensaje erróneo de que la educación no es una prioridad para sus padres. He escuchado muchos casos, donde los padres prohiben a los niños hablar inglés, y algunas veces, de “castigo” los ponen a leer. El mensaje no podría ser más claro para ellos: “Mis padres no quieren que apenda inglés, y leer, definitivamente no es un premio.”

Si a todas estas situaciones, le agregamos la falta de interacción entre padres e hijos debido a las largas jornadas de trabajos, la falta de exposición a un español y a un inglés académico, y un entorno donde no sienten que encajan en la cultura estadounidense, ni se sienten 100% latinos. Todos estos factores influyen para alargar el proceso de identidad, y aumentar aún más, el ya alarmante índice de deserción escolar en la población escolar migrante en los Estados Unidos.