¡Somos migrantes!

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Escribo estas líneas mientras contemplo fotos del lugar donde viví y de los momentos que compartí en familia. Veo en la estampa unas piñatas, un pastel colorido, regalos en la mesa, primos, familia y a mi hermana gemela que atesora un palo mientras espera su turno para pegarle a la piñata mientras los invitados cantan: “Dale, dale, dale, no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino”. Aún retumban en mi cabeza esas voces y siento alegría y quizá también nostalgia.

Esos recuerdos, que son parte de mi biografía y que están en mi memoria, me invitan también a preguntarme sobre las múltiples historias que construimos cuando dejamos el lugar de residencia para ir a otra ciudad, estado, región o país. Movimiento que llamamos migración y que al considerar el destino puede ser externa (a otro país o continente) o interna (dentro del mismo país), mientras que si consideramos el tiempo esta puede ser temporal (período breve de tiempo) o permanente (por tiempo indefinido o de forma definitiva), y si consideramos su carácter esta puede ser forzada (debido a causas que amenazan la seguridad y vida) o voluntaria (por decisión y voluntad propia).

Las fotos que voy contemplando también me hacen pensar en las renuncias que hacemos cuando nos vamos a otra ciudad o país y que, generalmente, se realiza por la búsqueda de mejores condiciones de vida (economía, trabajo, servicios, educación y salud) o la necesidad de seguridad y protección debido a guerras, conflictos políticos, inseguridad, violencia o desastres naturales.

La migración es pues un proceso y un fenómeno que ha construido la historia de las sociedades y  ha implicado el intercambio de conocimientos, prácticas, habilidades, materiales, actividades y elementos socioeconómicos y culturales que han implicado capacidad de adaptación, aprendizaje y enriquecimiento a diferentes niveles. Señalo esto porque considero importante subrayar esta dimensión valiosa del intercambio que surge a partir de la migración y que, desafortunadamente, ha llegado a ser opacada debido a la discriminación, exclusión y nulo reconocimiento del trabajo y las diversas aportaciones de migrantes cuyas historias dan cuenta de lo tortuoso que puede llegar a ser ese “antes, durante y después” del viaje que se inicia con una mochila llena de aspiraciones y expectativas mientras se da un abrazo de despedida a mamá, a papá, a los hijos o se comparte una caricia a la mascota y se recorre (quizá por última vez) la casa, el jardín o el barrio que fue testigo de nuestra niñez. Uno lleva esa maleta cargada de ilusiones y se cierra con un candado de incertidumbre.

Debiésemos pues recordar y promover que la migración y la libre movilidad entre los pueblos y naciones constituye un derecho humano. Estamos en un país (México) y región (Latinoamérica) de las más expulsoras de población, especialmente, hacia el país vecino (Estados Unidos) y también de tránsito (de población centroamericana), por ello es importante subrayar que la migración es parte de la historia de la humanidad, es un proceso, a la vez que puede llegar a ser oportunidad de crecimiento sociocultural, económico, laboral y académico.

Desde el ámbito de la psicología, ciencia y profesión en la que me encuentro, debemos defender, cuidar y promover el bienestar y la salud mental de las personas durante y después del proceso migratorio en los lugares y países de destino. Debemos también seguir aportando evidencia científica que genere insumos para el diseño e implementación de programas de integración en la sociedad de destino, tratando de evitar en el ejercicio profesional, en la investigación y entre la población en general, prejuicios, creencias, estigmatizaciones, estereotipos, discriminación de algún tipo y trabajar, de forma conjunta, para su eliminación y la construcción de una convivencia social saludable, humana e inclusiva.

Debemos también seguir centrando la atención en los grupos más vulnerables como la niñez, los adultos mayores, la población refugiada y la población indígena que enfrenta diferentes tipos y grados de vulnerabilidad y que aunque con problemáticas particulares también comparten problemáticas comunes (que se han llegado a naturalizar) por ser migrantes. La psicología no puede ni debe ser indiferente ni neutral ante estos desafíos que enfrentan nuestras sociedades, por ello debemos trabajar para que en nuestros países las leyes consideren de forma notable, y con la importancia que merece, la salud mental de la población. Ello permitirá seguir construyendo una psicología que promueva derechos humanos, la dignidad humana, la paz, la ética, el diálogo, la pluralidad y una actitud abierta a la diferencia enriquecedora.

Seguir realizando investigación respecto a los múltiples tópicos en torno a la migración permitirá generar insumos para políticas públicas, para tomar decisiones informadas e intervenciones de organismos nacionales e internacionales. Ello es prioritario dado a que debe condenarse la violencia en sus diversas formas ya que esta daña a las personas y tiene implicaciones en sus familias, en nuestras sociedades y en las generaciones actuales y futuras.

¿Qué debemos hacer? Alianzas estratégicas entre diferentes instancias a todos los niveles y empezar a construir una representación social diferente de la migración y de las y los migrantes, son (somos) personas que buscan construir un mejor presente y futuro para ellos, para ellas y para sus familias. Ellos y ellas nos demuestran su capacidad admirable de adaptación, su valentía y resiliencia, y quizá también nos comparten su mirada esperanzadora de que en algún momento se re-encontrarán con sus familias y volverán a festejar un cumpleaños, compartir un pastel y quebrar la piñata mientras los invitados cantan: “Dale, dale, dale, no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino”.

¡Somos migrantes!

In memoriam de migrantes centroamericanos
que fallecieron hacinados en un tráiler en carretera de Chiapas, 
diciembre de 2021
Perla Shiomara del Carpio.